El futuro de la inmersión
Tu casa tiene una bañera pequeña, en la que apenas cabemos. A los dos nos gusta bañarnos. A mí me encanta hacerlo contigo y a ti te gusta más sumergirte en solitario y que yo te admire desde el borde como el niño que no sabe nadar y se queda observando la piscina con ojos de infinita envidia. A pesar de que lo sé, al igual que conozco el número de pie que calzas, y al igual que podría adivinar tus pulsaciones por minuto en cualquier momento con un intervalo de confianza del noventa y cinco por ciento, a veces consigo que me abras la puerta del batiscafo y partimos hacia el fondo. En realidad no sé bañarme como tu lo haces, pero eso es material para un poema más allá del horario infantil. Yo disimulo y te sigo aunque me entre agua en los pulmones de camino a la Atlántida de porcelana y tapón de caucho. Una vez allí, soñamos. Soñamos todo lo que se puede soñar con las rodillas mal dobladas. Soñamos que un día podremos tener una bañera ...